Cuando por primera vez surge en nosotros la inquietud por aprender
a dibujar o pintar, se siente un regocijo y a la vez un sentimiento de
incertidumbre sobre si alguna vez podremos lograr lo que hace nuestro profesor,
entramos en una primera etapa de descubrimiento de los materiales y las técnicas,
no esforzamos por hacer todos nuestros dibujos o pinturas aplicado los
conceptos recibidos de nuestro mentor, es la etapa de tratar, de hacer lo
correcto y estudiar todas las reglas básicas.
En la segunda etapa de nuestro aprendizaje, nos damos cuenta
que muchas cosas se nos hacen más fáciles, comenzamos a ver o captar mejor las
luces, sombras y colores. La ejecución técnica de nuestras obras mejora muchísimo
y empezamos a lanzarnos a copiar las obras de grandes maestros. El objetivo de
copiar debe ser: además de probar lo que aprendimos, descubrir como lo hizo ese
artista, adentrarnos en su forma de ver, de pensar y de ver el mundo. Asimismo
siempre es bueno contar con diferentes profesores no porque el que tengamos no sea bueno, sino para evitar contaminarnos con el estilo de un sólo artista.
Ya finalmente, nuestro último estado es la redención, donde
todo lo aprendido se decanta, surge la búsqueda de la síntesis, la organización
de lo aprendido y el surgimiento de nuestro propio estilo que no puede ser enseñado,
ni aprendido y que va estar directamente influido por nuestra forma de ser,
nuestro espíritu y personalidad. A partir de aquí la pintura se convierte en ámbito
abierto a la insondable creación.